La fuga más numerosa, y a la vez más trágica, de la Segunda Guerra Mundial, se produjo en el campo de prisioneros de guerra de Cowra, un distrito agrícola en el valle Lachlan de Nueva Gales del Sur (Australia), a unos 300 kms al oeste de Sydney.
La denominación oficial del recinto era Prisoner of War Camp nº 12, y encerraba entre sus alambradas unos 4.000 hombres, militares y civiles pertenecientes a países del Eje y algunos indonesios detenidos a petición de las autoridades de las Indias Orientales Holandesas acusados de colaborar con el enemigo. El campo de prisioneros de Cowra ocupaba un área de más de 30 hectáreas. Tenía una forma octogonal, dividido en cuatro partes por dos carreteras de 700 metros de largo, conocidas como “No Man’s Land” (que iba en sentido este-oeste y tenía 10 metros de ancho, incluidas las alambradas que lo delimitaban) y “Broadway” (llamada así por su iluminación nocturna, que servía de camino de acceso al campo y vía principal, tenía una anchura de 45 metros y lo recorría en dirección norte-sur). Alrededor del perímetro del campo había tres vallas, con metros de alambradas entre ellas. El campo contaba con seis torres de vigilancia, de casi nueve metros de altura, con ametralladoras Vickers. El perímetro estaba regularmente recorrido por guardias armados pertenecientes al 22nd Garrison Battalion de la Milicia Australiana, formada en su mayoría por veteranos o jóvenes considerados físicamente incapaces para su servicio en el frente.
Dos de los sectores, los llamados A y C, acogían a los prisioneros de guerra italianos, que sumaban aproximadamente la mitad del total, y a los indonesios. En el sector D estaban los oficiales japoneses junto a los prisioneros de Formosa y Corea, que servían en su mayoría como auxiliares en el ejército japonés. Los prisioneros del sector B (que fue en el que se produjeron los hechos que hoy os cuento) eran todos japoneses, que hacían un total de 1.104 hombres, todos ellos suboficiales y tropa, capturados en su mayoría en Nueva Guinea y las Islas Salomon.
Debe precisarse que el trato que los australianos dieron a sus prisioneros de guerra fue en general más que correcto, de acuerdo siempre a la Convención de Ginebra. Incluso permitieron a miles de prisioneros italianos trabajar en granjas sin ningún tipo de vigilancia (y en el momento de los sucesos de Cowra las autoridades australianas estaban considerando dar trabajo también a los prisioneros japoneses). Sin embargo, pese a ese trato correcto, la relación entre los presos japoneses y sus guardias era difícil, a causa de las grandes diferencias culturales. A diferencia de los italianos, que aceptaban con normalidad su condición de prisioneros y se limitaban a esperar pacientemente el fin de la guerra, los soldados japoneses capturados se sentían avergonzados de su condición. En agosto de 1944 había en Australia 14.720 prisioneros de guerra italianos, capturados principalmente en la campaña del Norte de Africa, 1.585 alemanes, en su mayoría marinos mercantes o de la Kriegsmarine, y 2.223 japoneses, incluyendo 544 marinos mercantes. Estaban repartidos en 28 campos de internamiento.
Durante la noche del 4 al 5 de agosto de 1944, los 1.104 prisioneros japoneses internados en el sector B del campo emprendieron una masiva fuga suicida saltando las alambradas. Antes, se habían distribuido las armas disponibles (cuchillos, bates de béisbol, palos y estiletes hechos con alambre, que pueden verse en la imagen de aquí arriba) y se había dividido a los hombres en grupos a los que asignaron distintos objetivos. Se decidió que antes del inicio de la evasión los prisioneros incapacitados para participar en la fuga por lesión o enfermedad pudiesen suicidarse para salvar su honor. Algunos de los líderes de la fuga también optaron por quitarse la vida cuando terminaron todos los preparativos sin llegar a participar directamente en el intento de evasión. Fue el caso del contramaestre Enji Kakimoto, piloto de caza de la Marina Imperial y as de la aviación japonesa, que se ahorcó en su barracón momentos antes del inicio de la rebelión.
Esa madrugada, poco antes de las 2, un japonés corrió a las puertas de campo y gritó lo que parecía ser una advertencia a los guardias. Entonces sonó una corneta japonesa. Esa era la señal convenida para el inicio de la rebelión (el corneta, Hajimi Toyoshima, piloto de la Marina derribado en el raid contra Darwin, que había sido el primer prisionero japonés capturado por los australianos en la guerra). Un guardia hizo un disparo de advertencia. Más guardias dispararon cuando una avalancha de presos, en cuatro grupos separados, gritando "Banzai", se abalanzaron sobre las alambradas. Dos de los grupos se dirigieron al perímetro exterior del campo, en las caras sur y oeste, los otros dos trataron de cruzar Broadway para llegar al sector D, donde se encontraban el resto de los prisioneros japoneses, y a los barracones de la guarnición australiana. Mientras tanto, los que no participaron en la primera oleada prendieron fuego a los barracones. Poco tiempo después, la mayor parte de los barracones del sector B estaba ardiendo. Para atravesar las alambradas tiraban sobre ellas mantas y ropas de invierno. Se lanzaron al asalto a los puestos de ametralladoras armados únicamente con sus armas improvisadas, mostrando un desprecio suicida por la propia vida.
Los guardias australianos Benjamin Hardy y Ralph Jones, hicieron fuego con su ametralladora Vickers contra la primera oleada de asaltantes pero, abrumados por la superioridad numérica, fueron incapaces de detenerlos y resultaron muertos. Jones antes de morir logró quitar y ocultar el cerrojo del arma, inutilizándola e impidiendo así que los fugados pudiesen utilizarla contra los guardias. Por su acción, Hardy y Jones fueron condecorados póstumamente con la George Cross. Los intentos de atravesar Broadway fracasaron. Retenidos por un intenso fuego, unos 200 hombres se refugiaron en una zanja de la que sólo salieron al amanecer para rendirse. Por contra, la mayor parte de los prisioneros de los grupos que trataron de cruzar el perímetro exterior lograron escapar. Algunos se suicidaron o murieron a manos de sus compatriotas antes de lograr escapar.
En total murieron durante la fuga 3 guardias australianos y otros 3 resultaron heridos. Además de los soldados Hardy y Jones, el tercer australiano muerto fue el soldado Charles Shepherd, que resultó herido de muerte en el asalto al perímetro de Broadway. La fuga se saldó con un total de 209 prisioneros japoneses muertos (31 de ellos se suicidaron, otros murieron en los incendios de los barracones) y 298 heridos, algunos con heridas autoinfligidas tratando de quitarse la vida.
Lograron escapar del campo de prisioneros un total de 359 soldados nipones, sin embargo, la mayoría de ellos fueron capturados o se rindieron sin ofrecer resistencia - incluso se dieron casos (al menos dos) de fugitivos capturados por civiles -. Otros, unos 25 hombres, se suicidaron antes de ser capturados. Dos de ellos se tiraron bajo un tren, otros muchos se colgaron. Los últimos fugados vivos fueron capturados 10 días después de la evasión; algunos llegaron hasta Eugowra, a más de 50 km de distancia de Cowra.
Entre la población civil australiana no hubo ninguno herido ni muerto, ya que los líderes de la fuga habían prohibido a sus hombres hacer daño a los civiles australianos. El único muerto en las operaciones de captura de los prisioneros fue el teniente Harry Doncaster, del 19th Australian Infantry Training Battalion, asesinado a 11 kms al norte de Cowra.
La naturaleza de esta fuga masiva encajaba perfectamente con la mentalidad de los soldados japoneses. Teniendo en cuenta que para ellos el rendirse o ser hecho prisionero era una vergüenza y un deshonor que difícilmente podría ser borrado, la huida se convirtió prácticamente en un suicidio, acorde con las cargas banzai llevadas a cabo durante la guerra en las que miles de soldados nipones fueron masacrados inútilmente. Masaru Morki, un superviviente, escribió más tarde, "Como soldados japoneses, tuvimos que elegir la muerte. No podíamos segur viviendo indefinidamente con la vergüenza de haber sido capturados... Nosotros nos guiábamos por el Código del Combatiente, el núcleo de la disciplina militar”.
Una fuga similar se intentó en un campo de prisioneros japoneses en Fetherstone (Nueva Zelanda), utilizando idéntico método de huida: centenares de nipones comenzaron a saltar la valla sin importarles las ametralladoras de los vigilantes. El resultado, 48 prisioneros japoneses muertos y otros 74 heridos.
El propio primer ministro australiano, John Curtin, se estremeció ante la descripción de la sangrienta fuga, y expresó su incomprensión hacia “semejante desprecio por la propia vida”, teniendo en cuenta que la acción de los japoneses no tenía ninguna posibilidad de saldarse con éxito.Temiendo las represalias contra los soldados australianos que se encontraban recluidos en los campos de prisioneros japoneses, las autoridades australianas decidieron declarar secreto este incidente. Los informes sobre la fuga de Cowra no serían desclasificados hasta 1950.
La investigación oficial de los hechos exculpaba totalmente a los responsables del campo de la masacre. Los informes de la investigación fueron leídos a la Cámara de Representantes australiana por Curtin en 8 de septiembre de 1944 y sus conclusiones fueron:
- El campo cumplía con la Convención de Ginebra y las condiciones de vida de los prisioneros eran buenas.
- Antes del incidente no hubo ninguna queja por el trato recibido por parte de los prisioneros japoneses o en su nombre. La rebelión parecía ser el resultado de un proyecto premeditado y previamente preparado.
- Las acciones de la guarnición australiana al resistir el ataque evitaron una mayor pérdida de vidas, y el fuego cesó tan pronto como recobraron el control del campo de prisioneros.
- Muchos de los muertos se habían suicidado o habían sido asesinados por otros prisioneros, y muchos de los japoneses que resultaron heridos se habían autoinfligido las heridas.
En la actualidad, el Cementerio Japonés de Cowra reúne las tumbas de 522 soldados nipones que murieron en Australia durante la Segunda Guerra Mundial, incluidos los que fueron abatidos durante la huida del citado campo de prisioneros. En esta localidad australiana se inaguró en 1979, con motivo del 35 aniversario, un jardín japonés que conmemora aquel intento de fuga que no fue más que un suicidio masivo.
vaya relato...
ResponderEliminarEs extraño los "problemas" que tenian los japoneses en caer prisioneros de los aliados, cosa que no ocurria contra los sovieticos, que lograron capturar un gran numero de prisioneros japoneses, sin encontrarse tan tenaz resistencia.
Conocer otras culturas enriquece pero nunca podré entender a los japoneneses en ese aspecto, cómo la vergüenza, el deshonor y el qué dirán o pensarán les puede por encima del deseo a vivir. Increíble.
ResponderEliminar1besico!
JESÚS: El gran número de prisioneros que capturó el Ejército Rojo durante la llamada Tormenta de Agosto (en la que invadieron la Manchuria ocupada por los japoneses), creo que se debe a múltiples factores: 1.- la guerra estaba a punto de terminar, y Japón se preparaba para defender de la más que probable invasión del archipiélago. Además, se acaban de lanzar los dos bombas atómicas; 2.- las fuerzas japonesas al parecer eran conscriptos, reservistas o tropas de calidad inferior, y seguro que contarían entre ellas a multitud de auxiliares Coreanos y de Formosa; 3.- No se defendía territorio nacionalcomo Iwo Jima u Okinawa y por eso la resistencia no sería tan feroz.
ResponderEliminarFIONA: Con independencia de la tradición cultural nipona, en la que el honor tiene un peso absoluto, lo cierto es que el Código Militar del Ejército Imperial japonés obligaba a los soldados a quitarse la vida antes de rendirse.