La participación directa de EEUU en la Segunda Guerra Mundial, además de globalizar el conflicto a escala mundial y de ser determinante para decantar definitivamente la victoria hacia el bando aliado, tuvo efectos económicos, políticos y sociales de gran alcance en el seno del país norteamericano, a pesar de que nunca viera invadido su territorio (el continental se entiende, pues diversos territorios insulares como Wake o las Aleutianas si fueron ocupados en su momento por los japoneses).
Desde el punto de vista político, el presidente
Franklin D. Roosevelt y sus consejeros obtuvieron más poder que nunca para gobernar el país (a lo que contribuyó el hecho de que el
Tribunal Supremo rechazara la vista de casos que pusieran en duda su autoridad y la de su gobierno). Durante la guerra, el número de funcionarios federales aumentó de un millón en 1940 a casi 4 millones, muchos de ellos leales al presidente
y al
Partido Demócrata. Por ello, este partido siguió siendo mayoritario, lo que permitió a
Roosevelt ser reelegido en 1940 y 1944. Sin embargo, los republicanos lograron reducir el control demócrata en el
Congreso y unirse a los demócratas conservadores para desmantelar los programas sociales del
"New Deal". El gasto militar provocó la reducción radical de los fondos destinados a programas de ayuda a los necesitados y los que sufrían discriminación laboral, afectando su desaparición, principalmente, a la población afroamericana, mujeres y ancianos. También hubo cambios en la burocracia federal: los empresarios, a los que disgustaban los programas de bienestar social del
"New Deal", se las arreglaron para sustituir al grupo de expertos en asuntos sociales y económicos.
A nivel económico, la movilización influyó en muchos aspectos de la economía estadounidense y puso fin a la
Gran Depresión. El
Gobierno empezó a desempeñar un mayor papel en la economía, inyectándola con pedidos de material bélico. De este modo, las empresas que tenían contratos con el
Gobierno emplearon a más gente, establecieron más horas de trabajo e incrementaron la capacidad de producción. En 1940 había 8 millones de desempleados, pero hacia 1943 el desempleo prácticamente había desaparecido y en algunas industrias escaseaba incluso la mano de obra. La jornada semanal media en las fábricas de bienes de consumo no perecederos pasó de 38 horas en 1939 a 47 horas en 1943. Ello dio como resultado unas cifras de producción realmente apabullantes. Así por ejemplo, en 1940 las acerías operaban al 82% de su capacidad y producían 67 millones de toneladas, mientras que en 1944, lo hacían al 100% con una producción de 89 millones de toneladas. De 1940 a 1945 se fabricaron 80.000 buques (muchos de ellos en tiempo récord, como por ejemplo el
SS Robert E. Peary - en la imagen superior
-, uno de los cargueros denominados
Liberty Ships, que fue terminado en 4 días, 15 horas y 29 minutos) o lanchas de desembarco, 100.000 tanques y carros blindados, 300.000 aviones, 15 millones de armas y 41.000 millones de cargas de munición. La tasa del producto nacional bruto creció a un ritmo sin precedentes, pasándose de 91.000 millones en 1939 a 214.000 millones de dólares en 1945, es decir, un 235% más. La renta nacional se dobló, y el gasto y el ahorro de los consumidores aumentaron significativamente.
La gran demanda de alimentos en tiempos de guerra conllevó también una nueva prosperidad para los granjeros norteamericanos. El
Gobierno mantuvo los precios altos, les ofrecía créditos a bajo interés y les ayudaba a introducir tecnologías modernas para aumentar las cosechas. La producción a altos precios incrementó los ingresos netos de 5.300 millones de dólares en 1939 a 13.600 millones en 1944. En contraposición, como el
Gobierno proporcionaba ayuda a granjeros con terrenos, el número de arrendatarios y pequeños granjeros descendió drásticamente, aumentando el número de grandes propietarios agrícolas. Por otra parte, la nueva maquinaria también desplazó a muchos trabajadores agrícolas, que se trasladaron a zonas urbanas en busca de trabajo en la industria.
El espíritu de sacrificio que inspiraba la movilización también contribuyó a forjar una sociedad unida. Uno de los objetivos más importantes de la
administración Roosevelt fue preparar a la población para un duro y largo esfuerzo bélico. El servicio militar acabó afectando a unos 15 millones de hombres y mujeres, y a los que estaban en el frente interno se les alentaba para aportar su granito de arena por medio de anuncios, historias en revistas, películas y programas de radio.
Así por ejemplo, la
Oficina de Información de Guerra encargó una serie de películas, producidas la mayoría por
Frank Capra, tituladas
"Why We Fight" (¿Por qué luchamos?) para ayudar a los estadounidenses (especialmente a los soldados) a entender por qué empezó la guerra, qué estaba en juego y por qué hacia falta sacrificarse. Estrellas de cine como
Ronald Reagan, Robert Taylor y
Clark Gable, que habían sido llamados a filas, trabajaron en
Hollywood en estos y otros proyectos con fines propagandísticos y de concienciación de la sociedad norteamericana. La publicidad de los servicios públicos intentaba avergonzar a los estadounidenses mostrando a un soldado muerto con el texto:
"Él ha muerto hoy. ¿Qué has hecho tú para evitarlo?" Otros anuncios presentaban a hombres en el servicio civil y trabajadores del frente civil como soldados luchando por la libertad, sacrificándose codo con codo por la causa. En todos los casos se mostraba al soldado estadounidense como una figura heroica, preocupado por la vuelta al hogar, pero entregado a la lucha por la libertad y por los valores tradicionales norteamericanos.
El
Gobierno motivaba a la población a ayudar a sus héroes ahorrando y reciclando todo el material que fuera posible. Por ejemplo, se les decia que si donaban una pala, con ella se podrían fabricar granadas de mano o piezas de un tanque, con los tubos de pintalabios se podía hacer cartuchos de bala, y hasta el papel de aluminio del chicle podría servir para fabricar aviones. En la imagen de arriba podéis ver a la actriz
Rita Hayworth, en una imagen en la que pide a los conductores que conduzcan con cuidado porque ha donado los paragolpes de su automóvil para ser reciclados a lo fines arriba indicados. Además el
Gobierno racionó ciertos artículos como la gasolina, el café, el azúcar y la carne, y animaba a plantar
"huertos de la victoria" para ahorrar alimentos necesarios en el frente.
Famosos como
Bob Hope, Frank Sinatra y
Bing Crosby aparecían en campañas de
Bonos del Estado - los llamados
Bonos de Guerra (War Bonds) - para convencer a los estadounidenses de que hicieran donaciones para sostener el esfuerzo bélico y serían recompensados con intereses. El
Gobierno, llegó incluso a introducirse en el negocio de la moda dictando estilos que permitieran ahorrar metal y tejidos para la guerra. De este modo se dejaron de llevar los trajes masculinos de 3 piezas con chaleco y los pantalones con dobladillo, las faldas se hicieron más cortas y estrechas, y se presentó el escandaloso bañador de dos piezas para ahorrar ropa y goma. Era el nuevo estilo llamado
"chic patriótico".
A nivel social, los efectos de una ciudadanía más unida y la economía de guerra se hicieron notar en la sociedad estadounidense. Aunque la gente ya se desplazaba antes hacia el norte, el oeste y a las zonas suburbanas de los grandes centros industriales, la tendencia se aceleraría durante la guerra en una proporción de 1 de cada 5 estadounidenses. El contacto entre ciudadanos de diferentes partes del país reforzó los sentimientos de unión, pero también surgieron conflictos raciales y de clase.
La población negra se enfrentó a continuas discriminaciones y prejuicios en el ámbito militar y en la industria. Durante la guerra sirvieron en unidades separadas; algunos destacaron, como por ejemplo, los
Tuskegee Airmen, pero muchos fueron relegados a trabajos de baja categoría, como camareros y cocineros. Muchos blancos se negaban a saludar o recibir órdenes de oficiales negros y hasta el propio
Secretario de Guerra Henry Stimson consideraba que no tenían capacidad de liderazgo. En el frente civil, la migración de más de 700.000 negros hacia el norte y el oeste incrementó los conflictos raciales. Entre 1940 y 1946, la población urbana negra aumentó de forma significativa. En
San Francisco, por ejemplo, creció en un 560%, en contraste con el 28% de la población blanca. En
Los Angeles, la cifra fue de 105% frente al 18% de blancos y en
Detroit 47% frente al 5,2%. Los empresarios industriales discriminaban a los trabajadores negros pagándoles sólo una parte de lo que cobraban los blancos por el mismo trabajo. En el verano de 1943, la frustración estalló en los disturbios de
Detroit - que causaron 34 muertos y 700 heridos
- Michigan y
Harlem (New York).
Fue precisamente durante los años de la guerra cuando el
Movimiento de los Derechos Civiles empezó a adquirir ímpetu. Líderes negros como
A. Phillip Randolph (en la foto superior)
, jefe del sindicato de mozos de coches de cama, exigían un cambio.
Randolph llegó a amenazar a
Roosevelt con una marcha de un millón de personas hacia
Washington si no tomaba medidas respecto a la discriminación laboral. El presidente, preocupado por la posible comparación entre el antisemitismo nazi y el racismo contra la población negra, promulgó la
Orden Ejecutiva 8802, que establecía la creación de un comité para las prácticas de empleo justo en el procedimiento federal de contratación. El comité no hizo gran cosa para detener las prácticas laborales injustas y discriminatorias, pero el hecho de que un líder negro consiguiera presionar al presidente sentó precedentes para el futuro
Movimiento de los Derechos Civiles después de la guerra.
Los estadounidenses de origen italiano, judío, japonés y mexicano también sufrieron discriminación y prejuicios durante la guerra. En 1943, el objetivo de los blancos durante los disturbios de
Los Ángeles fueron los mexicanos, pero sin duda los peor tratados fueron los de origen japonés (los llamados
nisei): pese a la falta de evidencias o pruebas creíbles, unos 120.000 de ellos se vieron obligados a abandonar sus casas, fueron despojados de sus propiedades y realojados en campos de internamiento (ya
hablé de ellos por aquí, si os interesa) en virtud de la
Orden Ejecutiva 9066, que los clasificaba como
"extranjeros enemigos". No obstante, la guerra significó mayores oportunidades sociales y económicas para muchos otros inmigrantes, especialmente del sur y el este de
Europa, ya que se integraron mejor en el tejido social estadounidense.
La guerra trajo consigo cambios de primer orden para las mujeres estadounidenses. Antes de la guerra, existía una gran reserva de mano de obra femenina, compuesta básicamente por mujeres jóvenes y solteras, sin acceso a muchos tipos de trabajo y restringidas al servicio doméstico y al comercio. Sin embargo, las necesidades de producción en la industria de guerra, combinadas con la reducción del número de hombres (incorporados al ejército), proporcionaron a las mujeres una ocasión única para ampliar sus posibilidades laborales. La respuesta a la solicitud de trabajadoras por parte del
Gobierno fue apabullante y conllevó cambios notables. En 1941 había 14,6 millones de trabajadoras, hacia 1944, su número había crecido a más de 19,4 millones. Hacia 1945, las mujeres constituían el 36% de la mano de obra y realizaban trabajos hasta entonces reservados a los hombres.
Las mujeres eran especialmente activas en las industrias de defensa. Entre 1940 y 1944, el número de mujeres empleadas en las fábricas creció en un 141%. En
Detroit, por ejemplo, en 1943 las mujeres suponían el 91% de los nuevos contratos en 185 instalaciones bélicas. Más del 10% del personal de astilleros estaba compuesto por mujeres. Ahora bien, muchos de estos trabajos incluían una notificación de despido, ya que las mujeres serían despedidas cuando los hombres volvieran de la guerra, y además los sueldos eran manifiestamente desiguales en relación a los que cobraban los hombres por hacer el mismo trabajo (¿De qué me suena esto? Tiene narices que hayan pasado 70 años y el mundo, en líneas generales y salvo honrosas excepciones continúe igual).
Al acabar la guerra y con la desmovilización, las mujeres perdieron sus puestos el doble de rápido que los hombres. En 1945, tres cuartas partes de las mujeres que trabajaban en la construcción de aviones y barcos fueron despedidas, y en la industria del motor el número de mujeres descendió de un 25% a un 7%. Aunque las mujeres creían que su trabajo era satisfactorio y liberador - pese a la lógica frustración que pudiera producirles la desigualdad de salarios respecto a los hombres -, la propaganda de posguerra se centró en transmitir que su deber era el de ayudar a asimilar la reincorporación de los veteranos a la sociedad "
haciendo que él volviera a ser el hombre de la casa".
Las tasas cada vez más altas de matrimonios y nacimientos hicieron de la vivienda un problema crítico. En general, las viviendas para alojar trabajadores inmigrantes eran de inferior calidad. Sin embargo, muchas de las mujeres jóvenes que se casaron durante permanecieron con sus padres hasta que sus maridos regresaron de la guerra, y la escasez de viviendas dio lugar durante la posguerra a un auge de construcción de residencias unifamiliares. A su vez, la mayor tasa de matrimonios desencadenó un
baby boom que duró hasta los años 60. Así por ejemplo, entre 1940 y 1943, la tasa de primeros nacimientos saltó de 293 a 375 por cada 10.000 mujeres, y la tasa de posteriores nacimientos también subió, de 506 a 540. Ante el mayor número de niños, la incorporación de las mujeres al trabajo y las pocas viviendas disponibles, el
Gobierno tuvo que aprobar leyes para establecer servicios de guardería y proporcionar viviendas sociales.
Fuente: "La Segunda Guerra Mundial" de H.P. Willmott, Robin Cross y Charles Messenger