martes, 24 de abril de 2012

La Guerra en la Jungla Birmana

La Campaña en Birmania fue la más larga que las tropas británicas de la Commonwealth (ayudadas por los chinos y los norteamericanos, como por ejemplo, los conocidos como "Merodeadores de Merrill") sostuvieron durante la guerra, ya que comenzó en diciembre de 1941 y no concluyó hasta la capitulación general japonesa en agosto de 1945.


En términos de efectivos de la propia Gran Bretaña, fue en sí misma una empresa limitada si se la compara con las campañas del Norte de África y de Europa. Los hombres que lucharon en el Extremo Oriente  se consideraban "el Ejército Olvidado" ("the Forgotten Army"), excluidos injustamente de la gloria de la que disfrutaron quienes combatieron en el desierto o en la Europa noroccidental (y privados de los recursos prioritariamente enviados a otras zonas de operaciones). Sus especiales dificultades, penalidades y logros han sido reconocidos con el tiempo, pero en su época, apenas se hablaba de ellos en las diferentes publicaciones que cubrían el curso de la guerra. Las estadísticas disponibles recogen que las fuerzas de la Commonwealth británica sufrieron 73.909 bajas en Birmania (de las cuales, 14.326 fueron muertos), siendo las enfermedades tropicales y las penalidades de la guerra en la jungla birmana la causa de una gran parte de las bajas totales.


En la jungla, hasta el más mínimo arañazo podía dar lugar a una seria o incluso incapacitante infección que podía ocasionar paralizantes úlceras. Eran comunes los trastornos intestinales más extremos, incluso a pesar de las más estricta higiene alimentaria y personal. Las rozaduras de las correas del equipo sobre la ropa constantemente humedecida provocaban enfermedades de la piel que son endémicas en tales regiones. Según un memorándum clínico de 1942, había catalogadas hasta 38 enfermedades típicas de los climas tropicales y subtropicales desde la anquilostomiasis, el beriberi, la disentería (si observais en la imagen de abajo, muchos soldados aquejados de esta enfermedad intestinal, optaban directamente por ir desnudos de cintura para abajo) y la malaria hasta la peste y la fiebre amarilla. Si a todas estas enfermedades, le añadimos la malnutrición, el agotamiento físico por las altas temperaturas, los golpes de calor y las picaduras de insectos, reptiles y demás alimañas, o la existencia de espinos y demás plantas venenosas o urticantes, os podéis hacer una idea de las enormes dificultades y penalidades de la guerra tropical. Sin olvidar, claro está, la presencia de un enemigo tan fiero, duro, resistente, implacable y, sobre todo, fanático como las tropas japonesas.


Aunque los soldados cayeron víctimas de todos los variados horrores que la naturaleza podía arrojar sobre ellos, el peor de todos, con muchísima diferencia, fue la malaria (o paludismo), la muy debilitadora enfermedad extendida por el mosquito Anopheles. Las bajas causadas por la malaria excedieron en todo momento las provocadas por la acción del enemigo. En un caso típico, la víctima permanece postrada en cama a causa de la extrema debilidad muscular, padeciendo durante varios días alternativamente crisis de sudores y escalofríos incontrolables que lo sumen en la inconsciencia. Además, pese a superarse la enfermedad, la malaria volvía a atacar periódicamente al enfermo, provocándole sucesivas crisis. Una cepa especial, la malaria cerebral, es con frecuencia mortal. Un hombre debilitado por la malaria ha de confiar en sus camaradas para que lo trasladen a un lugar seguro, requiriendo a veces hasta cuatro hombres para transportar a una víctima en improvisadas camillas, por lo que es evidente que el impacto de esta enfermedad en los efectivos humanos de un ejército es extremo.


Aunque la quinina y la mepacrina (también conocida como atebrina) demostraron ser razonablemente eficaces en el tratamiento de la malaria, la mejor cura era obviamente la prevención. A los soldados se les entregaron tabletas preventivas de mepacrina, aerosoles insecticidas, repelente de mosquitos y ropa a prueba de tales insectos. Las tabletas se tomaban por lo general cada 2 semanas durante una revisión médica, de manera que el oficial médico pudiera cerciorarse de que realmente se las tragaban (al parecer corría el falso rumor entre los soldados de que causaban esterilidad o impotencia). Mediante lecturas frecuentes se les insistió en la necesidad de tomar dosis regulares de mepacrina y de la importancia de utilizar las mosquiteras y de cubrir toda la piel expuesta durante las horas en que el mosquito es más activo (entre el atardecer y el amanecer). A pesar de las extremas dificultades soportadas durante la campaña de Birmania, se consideró que el cumplimiento de estas medidas era suficiente para prevenir la infección, hasta el punto de que cualquier hombre que se demostrara que había contraído la enfermedad por descuidar estas normas era considerado culpable de una falta de disciplina y susceptible de ser severamente castigado.


Pero incluso los soldados que escapaban de las amenazas de las enfermedades tropicales, la flora y la fauna habían de soportar un clima casi inaguantable para un europeo y que oscilaba entre el sol abrasador y las lluvias más intensas. Birmania tiene 3 estaciones principales: el Monzón del Suroeste (un término que se refiere de hecho a los vientos estacionales, no a la lluvia de la que se ha converitdo en sinónimo) sopla desde el Océano Índico desde junio a octubre y ocasiona intensas lluvias diarias acompañadas de una elevadísima humedad; durante el invierno de la zona, de noviembre a marzo, los Monzones del Noreste soplan desde Asia Central trayendo un tiempo relativamente frío y seco, aunque las temperaturas siguen estando por encima de los 24º C. Entre los dos monzones se produce la estación cálida, cuando las temperaturas pueden superar los 38º C. En los meses de esta primavera caliente, el sol y el calor sin viento son extenuantes y dolorosamente debilitadores. En las lluvias del verano y principios del otoño todas las operaciones se veían obstaculizadas por el espeso fango de las carreteras sin asfaltar y los caminos de montaña. La elevada humedad consumía la energía de los hombres, pudría la ropa y el equipamiento, estropeaba los alimentos y causaba que la corrosión creciera rápidamente en las armas, que habían de ser limpiadas 3 o más veces al día.


A todo esto había que añadir el problema de la comida y el aprovisionamiento de las tropas destacadas en la jungla. Cada hombre sólo podía llevar una cantidad relativamente pequeña de alimentos y agua, siendo necesario, por tanto, un suministro regular, transportado en medios motorizados (algo extremadamente dificultoso en la selva birmana) o, como fue más frecuente en Birmania, lanzado en paracaídas. En muchas circunstancias un hombre es capaz de transportar raciones para 7 días, pero el peso, del orden de 6,5 kg, supone una gran parte de su carga. Las raciones mixtas o de jungla complementadas por las Raciones K estadounidenses, constituían la dieta básica de las tropas en la línea del frente, que era mejorada con cualquier cosa que estuviese disponible: se hicieron esfuerzos para lanzar en paracaídas huevos frescos (que según parece, solían sobrevivir al lanzamiento gracias a su empaquetado), gachas de avena, arroz, fruta y agua fresca a las tropas a las que no se podía llegar a través de sus líneas de comunicación y suministro.


Casi el 99% de la comida caliente de las tropas se cocinaba en una instalación centralizada y era llevada desde la retaguardia por el Company Quartermaster Sergeant de la unidad; incluso en las columnas de los Chindits se tomaron las medidas adecuadas para la preparación y provisión de comida caliente. La ración típica diaria de una caja para 6 hombres podía consistir en lo siguiente: té, azur, leche, copos de avena, bacon en lata, galletas, margarina, bizcocho, plato principal (carne y verduras en lata), fruta enlatada y dulces. Los elementos auxiliares incluían sal, cigarrillos, cerillas, tabletas potabilizadoras de agua, sopa, servilletas de papel, comprimidos de vitaminas y mepacrina. Esto era un ideal que con frecuencia nada tenía que ver con lo realmente disponible, aunque se hicieron todos los esfuerzos posibles para asegurar una dieta adecuada y saludable. Los mapas de la zona incluían las poblaciones que tenían mercados regulares, lo que permitió a las tropas el trueque o la compra de provisiones frescas. Uno de los elementos más valiosos del trueque fue la tela de paracaídas, muy popular entre los birmanos dado que el tejido escaseaba, y por la que solían dar a cambio arroz, fruta, verduras y ocasionalmente, aves o cerdo.


El agua lanzada desde los aviones también causó problemas, ya que los bidones de gasolina británicos que se usaban para ello, solían reventar por mucho que los protegieran; el problema se resolvió utilizando cámaras de neumático como contenedores. El agua limpia era un extra en muchas zonas: la de los arroyos y ríos era un gran riesgo debido a las enfermedades que podía transmitir, pero con frecuencia se utilizó por necesidad, añadiéndole una generosa ración de tabletas potabilizadoras. Durante la estación lluviosa el agua podía ser recogida en las capotes o ponchos impermeables y decantada en botellas o en sacos de agua.


Fuentes:
Osprey: Soldados de la II Guerra Mundial: "Los Chindit y otras fuerzas británicas del frente asiático" de Martin Brayley

4 comentarios:

  1. siempre que entro aprendo algo nuevo,con este post me he quedado con ganas de seguir leyendo,gracias

    ResponderEliminar
  2. Interesantisimo... como siempre. Me quedo con la boca abierta leyendo.

    ResponderEliminar
  3. Joder, yo sería carne de cañón, ya puedo rociarme de antimosquitos, comprarme un emisor de ultrasonidos, taparme...que nada, me siguen picando...cabrones! Caería enferma de malaria y encima sería castigada...jajaj, pobres, la guerra ya es suficientemente dura como para tener que aguantar extras.

    1besico!

    ResponderEliminar
  4. JOSE: Gracias, compañero!! No sabes como valoro comentarios como los tuyos. Son la prueba de que lo que hago interesa realmente a alguien. Tengo en mente hacer un post sobre los "Chindits" de Wingate, que lucharon precisamente en esta campaña. Creo que te gustará...Saludos!!

    REYES: Gracias también a ti, vecina. Besicos!!

    FIONA: Juasssss!!!! Te pasa lo mismo que a mi. Yo sería carne de malaria, fijo, sino moría antes asaetado a picotazos. Aunque con el calor y la humedad que hace por allí, igual la palmaba antes: no hubieran encontrado de mi nada más que un charco de sudor y unas gafas...jajaja

    Besos!!

    ResponderEliminar