viernes, 15 de junio de 2012

La Invasión Fantasma

La Operación León Marino, la proyectada invasión de Gran Bretaña por parte de las tropas de la Alemania Nazi, nunca llegó a ejecutarse, pese a que sus preparativos fueron muy intensos y la amenaza de invasión se mantuvo durante bastante tiempo, primero para mantener una presión psicológica sobre el pueblo y el gobierno inglés, y posteriormente para encubrir los planes alemanes de ataque contra la URSS.

Esa es al menos la versión oficial, ya que según algunas informaciones, supuestamente, el 16 de septiembre de 1940 se habría producido un intento alemán de atravesar el Canal de la Mancha en dirección a las playas inglesas con la intención de invadir Gran Bretaña. La prensa de los países aliados se hizo eco de una confusa noticia que afirmaba que ese día los alemanes habían lanzado la Operación León Marino, pero que el intento de invasión de las islas británicas había tenido que cancelarse al haber sido atacada la fuerza de desembarco por aviones de la Royal Air Force (RAF), cuando todavía se encontraba anclada en puertos franceses.


En EE.UU., la revista War Illustrated y el diario New York Sun se atrevían incluso a narrar con todo lujo de detalles la frustrada invasión, remitiendo al testimonio de "observadores neutrales", según los cuales "la matanza fue terrible; los muertos, ahogados y heridos se podían contar por decenas de miles". Además, estas publicaciones aseguraban que los hospitales franceses próximos a la costa habían quedado saturados por la llegada de soldados alemanes que presentaban graves quemaduras por todo el cuerpo.

Según el informe de un anónimo médico galo, el 16 de septiembre, cuando los barcos estaban dispuestos ya a atravesar el Canal de la Mancha con la fuerza de invasión a bordo, fueron atacados por la aviación británica arrojando bombas incendiarias. El petróleo de los barcos derramado sobre la superficie del agua también ardió, abrasando a los soldados que saltaban de los barcos tratando de escapar de las llamas. Aunque estas informaciones no hablaban del número total de bajas producidas por el ataque, un mes más tarde, basándose en testimonios procedente de Francia - carentes de toda credibilidad - se calculó que podrían ascender a 350.000 (¡ahí es nada!).


Para entonces, los esfuerzos del Reich por desmentir esta historia habían resultado totalmente inútiles. En la prensa continuaron apareciendo supuestos testigos de la masacre que se había producido aquel 16 de septiembre de 1940 en las costas francesas del Canal de la Mancha. Algunos ciudadanos estadounidenses que vivían en la costa belga confirmaron que durante días habían ido llegando a las playas cadáveres de soldados alemanes calcinados o con graves quemaduras.

Incluso un periodista de la cadena norteamericana CBS, William Shireer, dijo observar el 18 de septiembre - es decir, 2 días después del supuesto intento de invasión - la llegada a una estación cercana de Berlín de un tren de la Cruz Roja con un gran número de heridos, la gran mayoría con graves quemaduras. Al citado periodista le sorprendió tal cantidad de bajas, dado que las operaciones militares en el oeste habían cesado 3 meses antes, y por ello atribuyó las mismas al frustrado cruce del Canal de la Mancha. Otro periodista, Charles Barbe, afirmó haber visto con sus propios ojos cuerpos de soldados alemanes prácticamente carbonizados en los alrededores de la ciudad costera de Dieppe, y que según sus investigaciones, un total de 33.000 hombres podrían haber perecido durante el ataque de la RAF a la flota de invasión.


Los relatos y descripciones de ese frustada invasión de las islas británicas fueron desapareciendo paulatinamente de la prensa, pero en 1944 volvieron de nuevo a surgir nuevas informaciones. Gracias al avance de las tropas aliadas por Francia tras el desembarco de Normandía, los corresponsales de guerra lograron localizar a supuestos testigos que podían confirmar la veracidad de lo ocurrido el 16 de septiembre de 1940. Así, un buen número de enfermeras afirmaron haber visto llegar el 17 de septiembre un importante número de soldados alemanes heridos a la estación de Bruselas, la mayoría de ellos con quemaduras en todo el cuerpo, muchos de los cuales - al menos 500 - pese a ser trasladados a hospitales de la capital belga, morirían a causa de la gravedad de sus heridas. 


Como el gobierno británico nunca confirmó ni desmintió el ataque con bombas incendiarias a la flota alemana de invasión, en junio de 1945, cuando la guerra hacía un mes que había terminado en Europa, la presión de la prensa para conocer la verdad forzó a llevar el asunto a la Cámara de los Comunes. Allí, las explicaciones del Ministro de Información, Geoffrey Lloyd, no arrojaron ninguna luz sobre el caso, ya que, el ministro aseguró que no hubo ataque alguno de la RAF, sino que lo ocurrido fue un fallido experimento alemán que trataba de comprobar la fiabilidad de unos trajes de amianto que se habían fabricado para las tropas alemanas a fin de protegerse del fuego en el supuesto de que en las costas ingleses se hubiera dispuesto una barrera de petróleo ardiendo, tal y como los ingleses llegaron a planear en su día como medio de defensa ante la esperada invasión. Según Lloyd, los uniformes de amianto eran defectuosos, y los soldados participantes en el experimento habían perecido o sido gravemente heridos durante la prueba a consecuencia de las llamas.


Estas inverosímiles explicaciones de Lloyd no convencieron a nadie, pero tras la guerra, la historia de esa supuesta invasión se fue desinflando poco a poco. Únicamente, pareció confirmarse la llegada de cuerpos de soldados alemanes quemados a la costa británica, tal y como señaló el Primer Ministro Clement Attlee en noviembre de 1946, pero que, en todo caso, el número de cadáveres no superó la treintena. Años más tarde, fueron apareciendo algunos de los soldados británicos que ayudaron a recuperar estos cuerpos del agua, lo que presupone que, al menos esta parte de la historia, tendría visos de verosimilitud. En cualquier caso, el escaso número de cadáveres recuperados hace pensar que más bien podrían tratarse de miembros de las tripulaciones de los bombarderos y cazas de la Luftwaffe, que de una gran fuerza anfibia de invasión.

Para añadir todavía más confusión al asunto, tras la guerra, apareció un plan de los servicios secretos británicos para simular una falsa invasión de Gran Bretaña, consistente en recuperar cadáveres de pilotos alemanes derribados y vestirlos con uniformes de infantería, que serían abandonados en el mar para que las mareas los arrojasen a las playas inglesas. No hay constancia de que tal proyecto se llevase a cabo, pero no hay que descartar tal posibilidad, que podría proporcionar una explicación a los cuerpos encontrados en la costa a los que se refirió Attlee.


¿Qué ocurrió entonces, si es que ocurrió algo, ese 16 de septiembre de 1940? Aunque no hay ninguna prueba concluyente de que se produjese una matanza de soldados alemanes en aguas del Canal de la Mancha, ya fuera a consecuencia de ese ataque de la aviación británica a la flota de invasión alemana, ya fuera debido a ese fallido experimento para comprobar la eficacia de los uniformes ignífugos, la existencia de abundantes testimonios que revelan una inusual llegada de heridos por graves quemaduras a los hospitales o de cadáveres quemados a las costas, puede indicar que ocurriera un accidente de grandes dimensiones que los alemanes prefiriesen mantener oculto.

Hay que recordar que la flota de invasión, que estaba lista para emprender el cruce del Canal de la Mancha, constaba de un importante número de lanchas de desembarco: las fotos de reconocimiento realizadas por la RAF identificaron unas 600 barcazas en Amberes, 230 en Boulogne, 266 en Calais, 220 en Dunkerque, 205 en Le Havre y 200 en Ostende. No es descabellado pensar que algunas de esas embarcaciones fueran pasto de las llamas debido a alguna incursión aérea británcia o incluso a un accidente fortuito, dando como resultado una tragedia que se saldase con la muerte de varios centenares de soldados alemanes.


Esto no sería de extrañar, puesto que a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, tanto británicos como norteamericanos, silenciaron numerosos accidentes (como por ejemplo, este que os conté por aquí), que provocaron víctimas en sus propias filas, para evitar así que se resintiera la moral de las tropas o de la población civil, y no hay ningún motivo para pensar que los dirigentes alemanes no optasen también por encubrir sus propios errores. Tampoco puede descartarse que el gran número de heridos y muertos del 16 de septiembre de 1940 fuera simplemente el resultado de alguna incursión aérea especialmente desastrosa para la Luftwaffe, que causara un gran número de bajas entre sus pilotos y tripulaciones, y que los nazis prefiriesen mantener oculta.

Pero también hay que tener en cuenta el papel de la propaganda británica que quizás fue capaz por sí sola de urdir este gran engaño para espolear la moral de la población civil, que en esos momentos sufría los constantes ataques aéreos de la aviación alemana y vivía en pleno estado de psicosis y terror ante la temida invasión de las islas. A favor de la tesis del montaje figuraría la gran capacidad demostrada por los servicios secretos aliados para diseñar y llevar a cabo con éxito complicadas operaciones de contrainformación - como por ejemplo, la Operación Fortitude, previa al desembarco de Normandía -, que a la postre resultarían decisivas para el resultado final de la contienda.

 
Fuente: 
"Enigmas y Misterios de la Segunda Guerra Mundial" de Jesús Hernández

3 comentarios:

fiona dijo...

Si es que eso de la guerra mediática viene de lejos!!! La guerra también se hace en los despachos y en la prensa!

1besico!

charlie furilo dijo...

Jejeje di que si. Me temo que en este caso las fuentes eran menos creíbles que las de Lydia Lozano!!! Jajaja

fiona dijo...

Menos??? jajajajaj