Al día siguiente del ataque a Pearl Harbor, el 8 de Diciembre de 1941, las tropas japonesas invadieron las Islas Filipinas - estado libre asociado de los EEUU -; aunque superadas numéricamente, las mejor entrenadas fuerzas japonesas lograron acorralar a las fuerzas filipino-estadounidenses de la isla de Luzón en la península de Batán y la isla de Corregidor.
Los estadounidenses y filipinos de Batán había resistido los ataques japoneses en los meses de Enero y Febrero, pero la malaria se cebó en mucho de ellos y hacia Febrero se estaba agotando la quinina (medicamento eficaz para tratar dicha enfermedad). La comida también fue un gran problema, ya que la superioridad aérea japonesa trajo consigo la escasez de suministros para las tropas asediadas. Ni siquiera había forraje para los caballos, así que tuvieron que sacrificarlos, para alimentarse.
El presidente Roosevelt aceptó que la defensa de Filipinas había fracasado y el 23 de Febrero ordenó al General Douglas MacArthur que marchara hacia Australia para tomar el mando de los Aliados en el suroeste del Pacífico. Reforzados con nuevas tropas los japoneses reemprendieron sus ataques contra los exhaustos defensores de la península de Batán, que se rindieron el 9 de Abril de 1942 (en Corregidor, cerca de la península, resistieron hasta la noche del 5 de Mayo, y la rendición de Filipinas se completó definitivamente el 9 de Junio de 1942).
El presidente Roosevelt aceptó que la defensa de Filipinas había fracasado y el 23 de Febrero ordenó al General Douglas MacArthur que marchara hacia Australia para tomar el mando de los Aliados en el suroeste del Pacífico. Reforzados con nuevas tropas los japoneses reemprendieron sus ataques contra los exhaustos defensores de la península de Batán, que se rindieron el 9 de Abril de 1942 (en Corregidor, cerca de la península, resistieron hasta la noche del 5 de Mayo, y la rendición de Filipinas se completó definitivamente el 9 de Junio de 1942).
Los japoneses tenían un plan para transportar los numerosos prisioneros de guerra desde Mariveles, cerca del extremo de la península, hasta el campamento O'Donnell, a unos 145 kilómetros al norte. Durante una parte del camino los prisioneros tenían que caminar, y en otras estaba previsto usar ferrocarril o camiones. Homma Masaharu, el comandante japonés, creía que no habría más de 25.000 prisioneros, pero resultaron ser un total de 76.000, muchos debilitados por la malaria y por meses de alimentación con raciones ínfimas. La gran mayoría eran filipinos, y el resto, unos 12.000 aproximadamente, norteamericanos.
El 10 de Abril de 1942 los prisioneros abandonaron el aeródromo de Mariveles en dirección a San Fernando. Esta primera parte de la "Marcha de la Muerte" se cumplió con grandes estragos para los cautivos, quienes fueron tratados de acuerdo al concepto japonés de la época de que un hombre que se rinde pierde su honor y sólo merece la muerte. En general, los japoneses sentían desprecio por todo soldado que se rendía pues dentro de los cánones de su moral, el vencido sin honor solo tenía un camino, el del suicidio. Por eso, la marcha se caracterizó por una amplia gama de abusos físicos y actos de violencia (robo de pertenencias, golpes, bayonetazos, insultos y agresiones, negativa deliberada a dar agua y alimentos) inflingidos a los prisioneros por los soldados japoneses, quienes también cometieron numerosos asesinatos. Aparte del maltrato, la falta de alimentos adecuados, de agua y medicinas diezmó a los prisioneros. Un soldado japonés estaba acostumbrado a luchar con sólo un plato de arroz al día, pero esa dieta no era suficiente para los prisioneros occidentales que además sufrieron todo tipo de enfermedades que no podían curar por falta de medicinas y en un ambiente hostil con temperaturas sobre los 40ºC.
Todas las mañanas los japoneses reunían grupos de unos cientos de hombres que a punta de bayoneta eran formados para iniciar la marcha. La mayoría se encontraban agrupados entre desconocidos y cada uno trataba de sobrevivir sin importarle los demás. Quienes tuvieron la fortuna de reunirse con compañeros de su misma unidad, tuvieron la suerte de poder ayudarse unos a otros. Algunos hombres pudieron resistir 9 días y otros apenas 4. Aquel que se rezagaba era dejado en el camino y sólo le esperaba la muerte, pues nadie estaba en condiciones de ayudarle a nos ser a costa de su propia vida. Así, por ejemplo, un coronel herido en las piernas fue llevado en una camilla por 4 voluntarios, pero a mediodía cuando el sol estaba en su cenit y el calor se hacía insoportable por la falta de agua, fue abandonado a un lado del camino, donde quedó clamando que lo ayudaran.
Un desfallecimiento equivalía a una sentencia de muerte al ser rematado por los nipones de un tiro, al igual que cualquier protesta o una simple petición de agua podía suponer igualmente ser ejecutado de un disparo o decapitado con una katana. Los prisioneros, en ocasiones, eran atacados por ayudar a sus compañeros más débiles. Tampoco faltó algún episodio de soldados enterrados vivos por los japoneses. También se han documentado casos en que los conductores de los vehículos japoneses ataban una bayoneta de fusil a un largo palo y cortaban en cadena las gargantas de los prisioneros (en este caso filipinos) que marchaban junto por el lado derecho de la carretera (los americanos lo hacían por la izquierda). Como no había suficiente agua, muchos prisioneros tomaban agua de las lagunas contaminadas, enfermaban y morían.
El número de prisioneros crecía a medida que otros se iban rindiendo en los diferentes puntos de la ruta, a lo que se unió un gran número de refugiados civiles. Las condiciones fueron de mal en peor a medida que avanzaban hacia el norte, en medio de un calor sofocante. En la segunda parte de la marcha, durante el trayecto en ferrocarril, algunos prisioneros fueron hacinados en grupos de 100 a 150 en vagones de ganado, de pie durante un viaje de 40 kilómetros hasta Capas, y muchos (100 o más) murieron por las penosas condiciones del viaje. Después de llegar a Capas, aún tuvieron que recorrer casi 15 kilómetros a pie hasta el campo O'Donnell.
No se sabe exactamente cuantos murieron durante la marcha, pero se cree que unos 15.000 de los que partieron nunca llegaron a su destino. Durante la marcha murieron entre 600 y 650 estadounidenses. Los filipinos sufrieron más que los estadounidenses el maltrato, a pesar que estos últimos pensaban que sería al revés (quizás fuera porque los japoneses se consideraban una raza superior en Asia) y se llevaron la peor parte. Aunque unos 1.700 consiguieron escapar, otros 2.500 fueron dejados en hospitales y un pequeño número de filipinos quedó trabajando al servicio de los japoneses en Batán, no cabe duda que un número entre 5.000 y 10.000 murió durante la marcha.
En 1946, Homma fue procesado por las brutalidades cometidas por sus tropas durante la "Marcha de la muerte". El general japonés sostuvo durante el proceso que desconocía las condiciones que habían tenido que sufrir los prisioneros. Señaló que había tardado 2 años en saber lo que había sucedido. Ocupado en otros objetivos militares dio por sentado que todo había transcurrido como se había pensado y nadie le informó de lo sucedido ni tampoco él se tomó la molestia de investigarlo. Obviamente se trató de un evidente error de planificación y de falta de previsión que no contó con el aluvión de prisioneros que se rindieron a los japoneses, a lo que se unió la brutal y sádica actitud de las tropas niponas.
No cabe duda de que fue un acto de negligencia terrible y dificilmente disculpable del general nipón, pero cabe cuestionarse seriamente si la marcha fue planificada como una acción de exterminio. En cualquier caso, Homma Masaharu fue declarado culpable, sentenciado a muerte y ejecutado el 3 de Abril de 1946.
Un desfallecimiento equivalía a una sentencia de muerte al ser rematado por los nipones de un tiro, al igual que cualquier protesta o una simple petición de agua podía suponer igualmente ser ejecutado de un disparo o decapitado con una katana. Los prisioneros, en ocasiones, eran atacados por ayudar a sus compañeros más débiles. Tampoco faltó algún episodio de soldados enterrados vivos por los japoneses. También se han documentado casos en que los conductores de los vehículos japoneses ataban una bayoneta de fusil a un largo palo y cortaban en cadena las gargantas de los prisioneros (en este caso filipinos) que marchaban junto por el lado derecho de la carretera (los americanos lo hacían por la izquierda). Como no había suficiente agua, muchos prisioneros tomaban agua de las lagunas contaminadas, enfermaban y morían.
El número de prisioneros crecía a medida que otros se iban rindiendo en los diferentes puntos de la ruta, a lo que se unió un gran número de refugiados civiles. Las condiciones fueron de mal en peor a medida que avanzaban hacia el norte, en medio de un calor sofocante. En la segunda parte de la marcha, durante el trayecto en ferrocarril, algunos prisioneros fueron hacinados en grupos de 100 a 150 en vagones de ganado, de pie durante un viaje de 40 kilómetros hasta Capas, y muchos (100 o más) murieron por las penosas condiciones del viaje. Después de llegar a Capas, aún tuvieron que recorrer casi 15 kilómetros a pie hasta el campo O'Donnell.
No se sabe exactamente cuantos murieron durante la marcha, pero se cree que unos 15.000 de los que partieron nunca llegaron a su destino. Durante la marcha murieron entre 600 y 650 estadounidenses. Los filipinos sufrieron más que los estadounidenses el maltrato, a pesar que estos últimos pensaban que sería al revés (quizás fuera porque los japoneses se consideraban una raza superior en Asia) y se llevaron la peor parte. Aunque unos 1.700 consiguieron escapar, otros 2.500 fueron dejados en hospitales y un pequeño número de filipinos quedó trabajando al servicio de los japoneses en Batán, no cabe duda que un número entre 5.000 y 10.000 murió durante la marcha.
En 1946, Homma fue procesado por las brutalidades cometidas por sus tropas durante la "Marcha de la muerte". El general japonés sostuvo durante el proceso que desconocía las condiciones que habían tenido que sufrir los prisioneros. Señaló que había tardado 2 años en saber lo que había sucedido. Ocupado en otros objetivos militares dio por sentado que todo había transcurrido como se había pensado y nadie le informó de lo sucedido ni tampoco él se tomó la molestia de investigarlo. Obviamente se trató de un evidente error de planificación y de falta de previsión que no contó con el aluvión de prisioneros que se rindieron a los japoneses, a lo que se unió la brutal y sádica actitud de las tropas niponas.
No cabe duda de que fue un acto de negligencia terrible y dificilmente disculpable del general nipón, pero cabe cuestionarse seriamente si la marcha fue planificada como una acción de exterminio. En cualquier caso, Homma Masaharu fue declarado culpable, sentenciado a muerte y ejecutado el 3 de Abril de 1946.
2 comentarios:
vaya con los japos...que hijos de put...... vale que esten en guerra pero de ahi a ser carniceros es otro tema , aun en guerra deben respetarse a los prisioneros creo yo...menuda historia Furilo
Miguelon, si quieres ver de lo que eran capaces estos hijos de puta del Ejército Imperial japonés, te recomiendo que leas sobre la Masacre de Nanking: tremendo y espeluznante.
Te recomiendo la peli "Ciudad de Vida y Muerte". Es acojonante.
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