BLITZKRIEG!!
Blog sobre la Segunda Guerra Mundial
miércoles, 9 de octubre de 2013
miércoles, 31 de julio de 2013
Tregua Veraniega
El alto mando ha acordado con el enemigo un cese de las hostilidades hasta septiembre. Es momento de tomarse un (creo) merecido descanso y de reponer fuerzas. ¡¡Rompan filas!!
Roosevelt y el Cadillac blindado de Capone
Horas después de producirse el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor (Hawaii) el Servicio Secreto de EE.UU se encontró con un inesperado problema. Al día siguiente el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt debía a acudir al Capitolio para hablar ante el Congreso (en lo que sería el famoso discurso del "día de la infamia"), y, aunque el viaje desde la Casa Blanca era corto, las medidas de seguridad tenían que adaptarse a la nueva situación de estado de guerra.
La limusina presidencial no era a prueba de balas, y el Servicio Secreto contaba con unas pocas horas para conseguir un vehículo blindado que la sustituyese. Además, según las normas vigentes en aquel momento, el límite de gasto para cualquier vehículo oficial era de 750 dólares. Por ello, el nuevo coche tenía que estar acondicionado para servir al presidente en sus desplazamientos, contar con un buen blindaje, estar disponible de forma inmediata y ser barato.
Entonces alguien cayó en la cuenta de que el gobierno federal ya tenía en su poder un coche que se ajustaba a todas esas características: Entre los bienes incautados por el Departamento del Tesoro al famoso gánster Al Capone (en la imagen superior), que había sido arrestado en 1931 y condenado por evasión de impuestos, se encontraba su automóvil, un Cadillac V8 Town Sedan de 1928. Estaba pintado de verde y negro, los colores utilizados en los vehículos de la policía de Chicago, contaba con transmisor de radio, y lo más importante: tenía un blindaje de más de 1000 kgs de planchas de acero y cristales a prueba de balas de una pulgada de grosor.
El Cadillac (en las fotografías sobre este párrafo) había estado parado durante años en un estacionamiento del Departamento del Tesoro, y los agentes del Servicio Secreto tuvieron que trabajar aquella noche para dejarlo a punto, limpiándolo y revisando todos los detalles. Al mediodía del 8 de diciembre de 1941 todo funcionó a la perfección en el traslado de Roosevelt al Capitolio. Se dice que cuando se enteró del origen de su nuevo coche, el presidente bromeó: "Espero que al señor Capone no le importe".
Fuente:
jueves, 4 de julio de 2013
Citas Célebres de la 2ª Guerra Mundial (64)
"Somos una fuerza joven. Nuestras acciones futuras serán nuestra tradición. Depende de nosotros que el símbolo del águila cayendo en picado, la divisa que nos une, entre o no a formar parte de la historia del valor y del honor militar"
Freiherr von der Heydte, Capitán de la Luftwaffe, al hacer entrega a sus hombres del 1er Batallón, 3. Fallschirmjäger Regiment, de la insignia de la 7. Flieger-Division (renombrada posteriormente como 1ª División Paracaidista), poco antes de la Batalla de Creta
martes, 2 de julio de 2013
Testimonios de la 2ª Guerra Mundial (38)
"El joven tiene la cabeza afeitada y los típicos pómulos mongoles. Está tumbado boca arriba. Sólo mueve sus labios. Le faltan los brazos y las piernas. Los muñones están cubiertos de una espesa capa de barro mezclado con sangre y materia orgánica en descomposición. Me agacho a su lado. "Budapest, Budapest...", susurra en los estertores de la muerte. Una sola idea ronda por mi cabeza: quizá esté teniendo una visión de Budapest como una ciudad de ricos despojos y mujeres hermosas. Luego, sorprendiéndome a mí mismo, saco mi pistola, la cargo, la aprieto contra la sien del moribundo y disparo".
Oficial húngaro, durante la Batalla de Budapest (oct. 1944 - feb. 1945)
Fuente:
"La Segunda Guerra Mundial" de Antony Beevor
lunes, 1 de julio de 2013
La Captura del HMS Seal
El HMS Seal (N37) fue uno de los 6 submarinos clase Grampus para colocación de minas y combate de la Royal Navy, que tiene el dudoso mérito de ser el único submarino capturado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Su captura no fue nada convencional: no fue obra de submarinos, destructores o cazasubmarinos de la Kriegsmarine, sino por increíble que parezca, se llevo a cabo por 2 hidroaviones de la marina nazi.
Integrado en la 6ª Flotilla de Submarinos de la marina real británica con base en Rosyth (Escocia), a comienzos de enero de 1940, bajo el mando del capitán Rupert Lonsdale, comenzó a realizar labores de escolta de convoyes y patrullas a lo largo de la costas noruegas. Tras varias misiones realizadas con éxito, sufrió daños al chocar accidentalmente con un carguero, lo que le llevó al puerto británico de Blyth para arreglar los desperfectos. Puesto de nuevo en funcionamiento, en el mes de abril se le asignó una misión de sembrado de minas en el estrecho de Kattegat, entre Dinamarca y Suecia. Se consideraba una misión peligrosa, más en un submarino del tamaño del HMS Seal, pero el capitán Jocelyn Bethell, oficial que comandaba la 6ª flotilla, no pudo convencer al Almirante Max Horton para que reconsiderara su decisión.
El 29 de abril de 1940 el HMS Seal zarpó hacia su objetivo, cargado con 50 minas. Pasando absolutamente inadvertido, navegó por la superficie o, cuando era necesario, por el fondo marino, en dirección a la isla de Vinga, en cuyas inmediaciones debía desperdigar su mortífera carga. Antes de llegar a su objetivo, en la madrugada del 4 de mayo fue localizado por un Heinkel He 115 alemán, que le atacó y le produjo daños leves. El hidroavión alemán debió abandonar la caza del submarino británico al ser reclamado por otro objetivo en la zona, pero haber sido localizado obligó al HMS Seal a navegar sumergido en torno a los 90 pies de profundidad.
Por la mañana, el sumergible británico realizó con éxito la colocación de minas en la zona asignada - que días después hundirían una fragata alemana y tres cargueros - y emprendió el regreso a costas británicas. Sin embargo, al llegar la tarde de aquel 4 de mayo, se vio acosado por buques arrastreros antisubmarinos y una flotilla de 9 Schnellbootes (lanchas torpederas alemanas, en la fotografía bajo este párrafo) que trataban de localizarlo; el submarino inglés trató de escapar realizando maniobras de distracción, navegando en zig-zag y ocultándose sumergido. La empresa era difícil pues todavía tenía muchas horas de luz por delante y el estrecho de Kattegat, no era un buen lugar para un submarino de su tamaño, ya que era poco profundo. En plena maniobra evasiva entró en un campo de minas que no aparecía en los mapas, colisionando con una de ellas sobre las 16,30 horas, sufriendo graves daños en la zona de popa. Aunque todas las puertas estancas fueron selladas, una subida en la presión del aire interior indicó que había entrado en el sumergible mucha agua. Además, quedó a 100 metros de profundidad con un ángulo de inclinación de 30 grados, con la popa pegada al fondo marino.
A pesar de todo, y para sorpresa de la tripulación, los buques que hostigaban al submarino, no se percataron de la explosión de la mina y se alejaron de la zona, sin conseguir localizarlo. Tras varias inspecciones y reparaciones, la tripulación esperó hasta las 22.30 horas para asegurarse que los ocultase la oscuridad y poder emerger. Los tanques de lastre fueron vaciados y los motores encendidos, pero la popa continuaba firmemente pegada en el fondo marino, y el grado de inclinación de la proa se incrementó un poco más, por lo que los intentos debieron ser abandonados. Para entonces, el aire del interior del HMS Seal se había viciado notablemente, por lo que se iniciaron bombeos y reparaciones de emergencia. Se hicieron dos intentos más de emerger hasta que las 11 toneladas de arrastre de su quilla fueron liberadas, pero esto significó que el submarino no podría volver a sumergirse de nuevo. Se usó más aire a presión para inflar los tanques restantes, pero el intento fue inútil.
El HMS Seal no podía emerger, estaba averiado, medio inundado e ingobernable. Llevaba demasiadas horas en inmersión y el oxígeno de su interior se consumía lentamente. Poco tiempo después, los marineros y oficiales mostraban signos de hipoxia, producto de la acumulación de dióxido de carbono en el sumergible. O lograban emerger o estaban perdidos. Se hizo un tercer intento de emerger, usando los motores y el lastre principal, pero falló nuevamente. A las 1.10 horas Lonsdale, un cristiano devoto, llamó a su tripulación a rezar y se intentó que todos, en una medida desesperada, se situaran a proa del submarino con la idea de obtener algún peso que lo equilibrara y redujera el ángulo de inclinación.
Se intentó una vez más mover el submarino encendiendo los motores, que se incendiaron, pero el fuego se extinguió debido a falta de oxígeno en el ambiente. Las baterías estaban casi vacías y el aire de alta presión casi agotado. Afortunadamente, un ingeniero se dio cuenta que había un grupo de aire a presión con un poco de carga, abrió la válvula y el submarino comenzó a subir. Llegaron a la superficie alrededor de las 1.30 horas y tras liberar la presión y abrir las escotillas para renovar el aire, la tripulación sufrió vómitos y un intenso dolor de cabeza producto del aire fresco que comenzaban a respirar. Después de un rato, trataron de encaminarse a aguas seguras, las de la neutral Suecia. El timón estaba dañado y el submarino había quedado imposible de dirigir, pero podía funcionar a la inversa. Se hizo algún progreso, pero el barro había entrado al sistema de lubricación y el único motor que todavía funcionaba se detuvo.
A las 2.30 horas del 5 de mayo de 1940, el HMS Seal fue descubierto en superficie y atacado por dos hidroaviones Arado Ar 196 de la Kriegsmarine que comenzaron a ametrallarlo y golpearon al submarino con un par de cargas. Lonsdale, en el puente y bajo el fuego enemigo, intentó defenderse disparando sus ametralladoras Lewis, pero éstas estaban atascadas. Con el submarino imposibilitado para sumergirse y sin poder moverse por no tener fuerza motriz, con algunos miembros de la tripulación heridos y sin más defensas, no tuvo más alternativa que rendirse. El mantel de la mesa del comedor fue izado al mástil a modo de bandera blanca. El teniente Schmidt, de la marina de guerra alemana, amerizó con su hidroavión al lado del submarino y pidió que a Lonsdale que nadase hasta él. La tripulación tuvo que esperar en el submarino hasta las 6.30 horas a que llegara un remolcador, que lo transportó al puerto danés de Frederikshavn, donde se hicieron una reparaciones de emergencia para remolcarlo nuevamente hasta el puerto germano de Kiel.
Integrado en la 6ª Flotilla de Submarinos de la marina real británica con base en Rosyth (Escocia), a comienzos de enero de 1940, bajo el mando del capitán Rupert Lonsdale, comenzó a realizar labores de escolta de convoyes y patrullas a lo largo de la costas noruegas. Tras varias misiones realizadas con éxito, sufrió daños al chocar accidentalmente con un carguero, lo que le llevó al puerto británico de Blyth para arreglar los desperfectos. Puesto de nuevo en funcionamiento, en el mes de abril se le asignó una misión de sembrado de minas en el estrecho de Kattegat, entre Dinamarca y Suecia. Se consideraba una misión peligrosa, más en un submarino del tamaño del HMS Seal, pero el capitán Jocelyn Bethell, oficial que comandaba la 6ª flotilla, no pudo convencer al Almirante Max Horton para que reconsiderara su decisión.
El 29 de abril de 1940 el HMS Seal zarpó hacia su objetivo, cargado con 50 minas. Pasando absolutamente inadvertido, navegó por la superficie o, cuando era necesario, por el fondo marino, en dirección a la isla de Vinga, en cuyas inmediaciones debía desperdigar su mortífera carga. Antes de llegar a su objetivo, en la madrugada del 4 de mayo fue localizado por un Heinkel He 115 alemán, que le atacó y le produjo daños leves. El hidroavión alemán debió abandonar la caza del submarino británico al ser reclamado por otro objetivo en la zona, pero haber sido localizado obligó al HMS Seal a navegar sumergido en torno a los 90 pies de profundidad.
Por la mañana, el sumergible británico realizó con éxito la colocación de minas en la zona asignada - que días después hundirían una fragata alemana y tres cargueros - y emprendió el regreso a costas británicas. Sin embargo, al llegar la tarde de aquel 4 de mayo, se vio acosado por buques arrastreros antisubmarinos y una flotilla de 9 Schnellbootes (lanchas torpederas alemanas, en la fotografía bajo este párrafo) que trataban de localizarlo; el submarino inglés trató de escapar realizando maniobras de distracción, navegando en zig-zag y ocultándose sumergido. La empresa era difícil pues todavía tenía muchas horas de luz por delante y el estrecho de Kattegat, no era un buen lugar para un submarino de su tamaño, ya que era poco profundo. En plena maniobra evasiva entró en un campo de minas que no aparecía en los mapas, colisionando con una de ellas sobre las 16,30 horas, sufriendo graves daños en la zona de popa. Aunque todas las puertas estancas fueron selladas, una subida en la presión del aire interior indicó que había entrado en el sumergible mucha agua. Además, quedó a 100 metros de profundidad con un ángulo de inclinación de 30 grados, con la popa pegada al fondo marino.
A pesar de todo, y para sorpresa de la tripulación, los buques que hostigaban al submarino, no se percataron de la explosión de la mina y se alejaron de la zona, sin conseguir localizarlo. Tras varias inspecciones y reparaciones, la tripulación esperó hasta las 22.30 horas para asegurarse que los ocultase la oscuridad y poder emerger. Los tanques de lastre fueron vaciados y los motores encendidos, pero la popa continuaba firmemente pegada en el fondo marino, y el grado de inclinación de la proa se incrementó un poco más, por lo que los intentos debieron ser abandonados. Para entonces, el aire del interior del HMS Seal se había viciado notablemente, por lo que se iniciaron bombeos y reparaciones de emergencia. Se hicieron dos intentos más de emerger hasta que las 11 toneladas de arrastre de su quilla fueron liberadas, pero esto significó que el submarino no podría volver a sumergirse de nuevo. Se usó más aire a presión para inflar los tanques restantes, pero el intento fue inútil.
El HMS Seal no podía emerger, estaba averiado, medio inundado e ingobernable. Llevaba demasiadas horas en inmersión y el oxígeno de su interior se consumía lentamente. Poco tiempo después, los marineros y oficiales mostraban signos de hipoxia, producto de la acumulación de dióxido de carbono en el sumergible. O lograban emerger o estaban perdidos. Se hizo un tercer intento de emerger, usando los motores y el lastre principal, pero falló nuevamente. A las 1.10 horas Lonsdale, un cristiano devoto, llamó a su tripulación a rezar y se intentó que todos, en una medida desesperada, se situaran a proa del submarino con la idea de obtener algún peso que lo equilibrara y redujera el ángulo de inclinación.
Se intentó una vez más mover el submarino encendiendo los motores, que se incendiaron, pero el fuego se extinguió debido a falta de oxígeno en el ambiente. Las baterías estaban casi vacías y el aire de alta presión casi agotado. Afortunadamente, un ingeniero se dio cuenta que había un grupo de aire a presión con un poco de carga, abrió la válvula y el submarino comenzó a subir. Llegaron a la superficie alrededor de las 1.30 horas y tras liberar la presión y abrir las escotillas para renovar el aire, la tripulación sufrió vómitos y un intenso dolor de cabeza producto del aire fresco que comenzaban a respirar. Después de un rato, trataron de encaminarse a aguas seguras, las de la neutral Suecia. El timón estaba dañado y el submarino había quedado imposible de dirigir, pero podía funcionar a la inversa. Se hizo algún progreso, pero el barro había entrado al sistema de lubricación y el único motor que todavía funcionaba se detuvo.
A las 2.30 horas del 5 de mayo de 1940, el HMS Seal fue descubierto en superficie y atacado por dos hidroaviones Arado Ar 196 de la Kriegsmarine que comenzaron a ametrallarlo y golpearon al submarino con un par de cargas. Lonsdale, en el puente y bajo el fuego enemigo, intentó defenderse disparando sus ametralladoras Lewis, pero éstas estaban atascadas. Con el submarino imposibilitado para sumergirse y sin poder moverse por no tener fuerza motriz, con algunos miembros de la tripulación heridos y sin más defensas, no tuvo más alternativa que rendirse. El mantel de la mesa del comedor fue izado al mástil a modo de bandera blanca. El teniente Schmidt, de la marina de guerra alemana, amerizó con su hidroavión al lado del submarino y pidió que a Lonsdale que nadase hasta él. La tripulación tuvo que esperar en el submarino hasta las 6.30 horas a que llegara un remolcador, que lo transportó al puerto danés de Frederikshavn, donde se hicieron una reparaciones de emergencia para remolcarlo nuevamente hasta el puerto germano de Kiel.
Aunque el equipo y el armamento eran completamente incompatibles con el alemán, y no era posible, obviamente, conseguir repuestos, el Almirante Rolf Carls creía que el HMS Seal podría volver a ser operativo (aunque tres submarinos alemanes de mejores prestaciones podían ser construidos por el mismo coste) y ordenó que se llevaran a cabo las reparaciones necesarias para ser puesto al servicio de la Kriegsmarine. En la primavera de 1941 fue adscrito oficialmente a la marina de guerra nazi bajo el nombre de U-B, al mando del capitán de fragata Bruno Mahn. El submarino tenía muy poco valor como equipo militar para la armada germana, por lo que fue principalmente usado con fines propagandísticos - como podéis ver en el vídeo al final del post - y para entrenamiento de tripulaciones.
Sin embargo, dada su escasa utilidad y los desorbitados costes de las reparaciones y mantenimiento, fue finalmente retirado del servicio en 1943 y abandonado en un rincón del astillero de Kiel. El 3 de mayo de 1945, durante un ataque aéreo a cargo de la RAF sobre el puerto alemán - el mismo que hundió el crucero pesado Admiral Hipper -, fue gravemente alcanzado y se hundió. Lo único que los alemanes obtuvieron de la captura de este submarino, aparte del efecto propagandístico, fue que pudieron imitar el sistema de disparo de los torpedos ingleses. Los submarinos alemanes (U-Boot) solían tener problemas con sus torpedos, debido a un diseño poco efectivo de sus espoletas. Gracias a esta captura, su capacidad de ataque se incrementó notablemente, pues imitaron el diseño británico, mucho más eficaz.
Fuentes:
miércoles, 26 de junio de 2013
Uniformes de la 2ª Guerra Mundial (5)
¡¡Compañíaaaaaa!! ¡¡Fiiiiirmes!! ¡¡Presenteeeeen armas!! Caballeros, descansen. Aprovechando que hace escasos días le dedicaba un post al Ejército Imperial Japonés, me complace dejarles una nueva entrega de esta sección del blog en la que se da un amplio repaso a sus uniformes a lo largo de las distintas campañas en las que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial (China, Manchuria, Filipinas, Nueva Guinea, Birmania...). ¡¡Rompan filas!!:
jueves, 20 de junio de 2013
Apocalipsis en el Puerto de Bombay
A comienzos de 1944, los japoneses, presionados por el avance de las tropas norteamericanas en el Pacífico, se encontraban atrincherados en sus guarniciones o en franca retirada en la mayoría de frentes, pero decidieron lanzar una ofensiva contra la India desde sus bases en Birmania ("Operación U-Go"). Los británicos comprendieron que ése era un momento crucial para la defensa de la perla de su imperio, pues si los japoneses lograban rebasar sus posiciones defensivas, no tendrían ningún obstáculo para avanzar por las llanuras del golfo de Bengala y apoderarse del puerto de Calcuta, y si eso sucedía, los ingleses tendrían los días contados en la India. Por eso, el gobierno británico, decidido a prestar todo el apoyo necesario para las tropas destacadas en la zona, envió numerosos buques cargados con municiones, armamento, provisiones y todo tipo de material necesario para sostener el esfuerzo bélico en la India.
Uno de esos barcos era el SS Fort Stikine (en la imagen sobre estas líneas), un mercante de la clase Liberty - idéntico al que provocó la catástrofe en el puerto de Bari, que os relataba no hace mucho -, que había partido de Liverpool el 24 de febrero de 1944 rumbo a Bombay con un cargamento consistente en 1.400 toneladas de explosivos (torpedos, minas, municiones...) y alimentos, así como 12 cazas Supermarine Spitfire, desmontados y embalados, junto a repuestos de aviación. También transportaba varias cajas de lingotes de oro por valor de 2 millones de libras, destinadas a apoyar el valor de la rupia india y mantener las tasas de cambio, afectadas por la economía de guerra. Tras un viaje sin incidentes a través del estrecho de Gibraltar, el Mediterráneo, el canal de Suez y el océano Indico, arribó a Karachi (Pakistán) donde descargó los Spitfire, y añadió a sus bodegas un cargamento de balas de algodón.
El SS Fort Stikine llegó a Bombay el 12 de abril de 1944 y quedó amarrado en uno de los muelles de dicho puerto a la espera de ser descargado. Parece ser, que el capitán del buque, incumpliendo las más elementales normas internacionales de navegación, no comunicó a las autoridades portuarias la peligrosa naturaleza de la carga, y atracó junto a otros mercantes en el muelle y no en un apartadero. Hacia las 14:00 horas del 14 de abril la tripulación dio la alarma de incendio en las bodegas del SS Fort Stikine, al parecer por un fuego originado en el cargamento de algodón (aunque fue imposible determinar la fuente del incendio debido a la densidad del humo). A pesar de que los bomberos arrojaron toneladas de agua dentro del mercante, el fuego fue imposible de controlar. A las 15:50 horas se dio orden de abandonar el barco, y poco después, a las 16:06 se produjo una gigantesca explosión que partió en dos el carguero y llegó a romper cristales de ventanas a una distancia de 12 kms. La explosión fue de tal magnitud que incluso llegó a ser detectada por un sismógrafo emplazado en el norte del país. El fuego lo arrasó todo en un radio de 800 metros, extendiéndose a los demás buques amarrados en los muelles, así como a las instalaciones portuarias.
Instantes después de la explosión 11 buques dentro del puerto estaban hundidos o yéndose a pique. El personal de emergencia había sufrido muchas bajas (dos brigadas de bomberos habían quedado aniquiladas), y si ya entonces la lucha contra el fuego era enormemente difícil, la situación empeoró todavía más cuando a las 16:34 horas se produjo una segunda explosión.
Se tardaron 3 días en controlar el gigantesco incendio y fueron necesarios más de 8.000 hombres para retirar las más de 500.000 toneladas de escombros y poder reabrir el puerto, trabajos que se prolongaron durante 7 meses. Un total de 27 barcos resultaron hundidos o dañados y el coste en vidas humanas, según cifras oficiales, ascendió a casi 800 muertos, entre marineros, trabajadores del puerto y civiles, más unos 1.800 heridos. Otras estimaciones consideran que el número de muertos fue mucho mayor (1.200 o 1.500), y alrededor de 2.500 heridos.
La metralla provocada por la explosión y el gigantesco incendio afectaron también a la ciudad de Bombay, y muchas familias perdieron sus casas y todas sus pertenencias.
Sin embargo, irónicamente, muchos recuerdan este triste episodio como “el día que llovió oro”. Muchos lingotes de oro de los que transportaba el SS Fort Stikine en sus bodegas salieron despedidos por la explosión y cayeron sobre la ciudad. Uno de los primeros en ser recuperado fue entregado por un ingeniero jubilado llamado Burjorji Motiwala. El lingote, que había caído sobre su azotea, tenía un valor de 90.000 rupias. El señor Motiwala recibió una recompensa de 999 rupias, que donó al fondo de ayuda a los afectados por el desastre. Hasta la década de los 70 era habitual recuperar lingotes de oro durante los trabajos de dragado del puerto. De hecho, en febrero de 2011 dos trabajadores del puerto de Bombay, que trabajaban en la construcción de un muelle, encontraron sendos lingotes de oro (podéis leer la noticia aquí).
Pese a la enorme magnitud de la tragedia, los británicos optaron por silenciar el incidente, decretando un apagón informativo casi total, y lo cierto es que nunca se llevó a cabo una investigación de las causas de la catástrofe, dando lugar a todo tipo de especulaciones (incluido un posible sabotaje por activistas a favor de la independencia india del imperio británico).
"100 Historias Secretas de la Segunda Guerra Mundial" de Jesús Hernández
http://nonsei2gm.blogspot.com.es/2010/04/la-catastrofe-del-fort-stikine.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Bombay_Explosion_(1944)
http://www.flickr.com/photos/haligo/sets/72157632932414292/detail/
miércoles, 19 de junio de 2013
Citas de Cine (14)
Coronel Nicholson (Alec Guinness) - "El Puente sobre el río Kwai" (1957) de David Lean
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"¿Tus nervios? ¡Tú sólo eres un maldito cobarde! ¡Cállate! ¡No quiero ver a un cobarde lloriqueando ante estos valientes heridos en batalla! ¡¡Cállate!! ¡No admita a este perro cobarde! ¡¡No le ocurre nada!! ¡No quiero que ningún malnacido que tenga miedo contamine este lugar de honor! Vas a volver al frente, amiguito. Puede que te hieran y quizás incluso te maten, ¡¡pero vas a ir a luchar!! De lo contrario te pondré frente al pelotón de fusilamiento. ¡¡Debería dispararte yo mismo, maldito llorón!! ¡¡¡Sacadle de aquí!!! ¿Lo oyes bien? ¡¡¡A luchar!!! ¡¡¡Asqueroso cobarde!!!."
General George S. Patton (George C. Scott) - "Patton" (1970) de Franklin J. Schaffner
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"Mi propósito era destruir la Flota Americana del Pacífico y su base inmediatamente después de la declaración de guerra a fin de acabar con el espíritu combativo de aquel país. Sin embargo, según la radio americana el ataque a Pearl Harbor tuvo efecto 55 minutos antes de que el ultimátum japonés fuese presentado en Washington. Dada la idiosincrasia del pueblo americano no imagino otro acto que pudiera enfurecerlos más. Me temo que no hemos hecho otra cosa que despertar a un gigante dormido y obligarle a tomar una terrible resolución".
Almirante Isoroku Yamamoto (Sô Yamamura) - "Tora! Tora! Tora!" (1970) de Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Mashuda
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Almirante Isoroku Yamamoto (Sô Yamamura) - "Tora! Tora! Tora!" (1970) de Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Mashuda
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"Sospecho que ha estado matando a judíos ricos. No hay nada de malo en eso, pero por lo visto ha saqueado los cadáveres y se ha quedado con los objetos de valor. La omisión en la entrega de propiedades al Reich conlleva la pena de muerte. Abra esa caja"
General Käutner (Christian Berkel) - "El Libro Negro" (2006) de Paul Verhoeven
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martes, 18 de junio de 2013
El Ejército Imperial Japonés
El Ejército Imperial Japonés del período de 1931 a 1945 era una combinación extraña: una fuerza moderna, bien entrenada y armada, pero imbuida de las tradiciones antiguas y cerradas de un pueblo que acababa de salir de siglos de un autoimpuesto aislamiento del mundo moderno. Las contradicciones de la sociedad japonesa se reflejaban en sus fuerzas armadas, que abrazaban cualquier avance tecnológico militar pero seguían ancladas en las costumbres de una sociedad medieval, esencialmente feudal. Estas contradicciones crearon un ejército que era un enigma para la mayoría de los observadores extranjeros, un ejército que fue fatalmente malinterpretado y menospreciado por sus enemigos en los primeros compases de la guerra, pero que al mismo tiempo fue terriblemente vulnerable a ellos en cuanto mostró sus peculiares debilidades.
La adaptabilidad, las tácticas agresivas, el valor fanático y la obediencia ciega del soldado japonés iban a dar a ese ejército una victoria tras otra durante la guerra contra China en la década de 1930 y en las ofensivas relámpago contra las fuerzas estadounidenses, holandesas, británicas y de la Commonwealth en Asia y el Pacífico en 1941-1942. Sin embargo, estas cualidades humanas no bastaron cuando se enfrentaron al poderío económico, militar e industrial y a la cultura bélica verdaderamente moderna de EE.UU. Desde la perspectiva de hoy, puede decirse que el Ejército Imperial Japonés iba ya camino de la derrota cuando empezó a conseguir sus primeras y espectaculares victorias en diciembre de 1941.
A mediados de 1942, las fuerzas armadas imperiales japonesas habían expandido enormemente el Imperio en una espectacular campaña de conquista de 6 meses. Pero casi desde el mismo momento en que cesó su avance por el Pacífico se vieron obligadas a defender sus ganancias frente a las contraofensivas aliadas, que al principio fueron lentas y débiles pero fueron ganando en potencia y confianza. Fue una defensa para la que Japón estaba preparado en el plano táctico, no así en el estratégico. Tras unos reveses iniciales se estableció una Esfera de Defensa Nacional Absoluta que incluía Birmania, Malasia, las Indias Orientales, Nueva Guinea occidental y las islas Carolinas, Marianas y Kuriles. Durante los 3 años siguientes, los japoneses iban a defenderla con una determinación feroz que sorprendió a sus enemigos, pero con un resultado final incuestionable.
Tanto había conquistado el ejército nipón que ahora se hallaba desplegado en el extremo de unas líneas de suministro extraordinariamente largas. El sistema logístico japonés era inadecuado - e incluso primitivo - a todos los niveles, pero los planes del alto mando para defender un perímetro tan inmenso no parecieron tener esto en cuenta. Con sus fuerzas dispersas en el extremo de unas largas líneas de suministro, amenazadas cada vez más por la supremacía aérea y naval aliada, Japón careció de los medios y el material para abastecer y reforzar sus guarniciones, y los efectos de las escaseces estratégicas de todo tipo empezarían a dejarse sentir entre la población japonesa ya en 1942. El Imperio quedó abrumado por la capacidad de EE.UU. de producir cañones, carros de combate, buques y aviones, y de tripularlos. Japón por su parte carecía de la base industrial necesaria para mantener a sus desperdigadas fuerzas armadas y reemplazar las enormes pérdidas sufridas. En el último año de la guerra, la producción japonesa se vio reducida drásticamente por los bombardeos aéreos aliados. Por ejemplo, en 1940 se fabricaron 1.023 carros de combate, por sólo 94 en 1945, y de modelos totalmente obsoletos.
La disparidad entre la producción de guerra de EE.UU. y Japón queda de manifiesto en una estadística extraordinaria: por cada soldado japonés en el Pacífico había 1 kg. de material, mientras que por cada estadounidense había 4 toneladas. Otro dato: ya en 1941, la producción de aviones estadounidense era 4 veces mayor que la japonesa, una brecha que se iría ampliando de forma imparable. Sin embargo, el carácter único de la milicia japonesa le permitió desafiar esas condiciones tan negativas. Aunque sus fieras batallas defensivas no lograron otra cosa que enormes pérdidas humanas, todavía había 2 millones de soldados dispuestos a defender las islas metropolitanas de la invasión aliada cuando el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, convencieron finalmente al gobierno imperial de la futilidad de seguir resistiendo. Aún así, un grupo de oficiales planeó, sin éxito, sabotear la alocución de rendición del emperador Hirohito.
Para mediados de 1942, el Ejército Imperial Japonés se había ganado la reputación de invencible entre las conmocionadas tropas aliadas, pero en cuanto éstas empezaron a contraatacar - en Guadalcanal y Nueva Guinea - salieron a la luz las deficiencias de dicho ejército y se aprendió a explotarlas. La mayoría de los comandantes japoneses carecían de imaginación más allá de la doctrina de atacar a toda costa: cuando el ataque fallaba, tendían a repetir el intento hasta que sus tropas quedaban diezmadas. En una sociedad fuertemente jerarquizada, el cuerpo de oficiales temía quedar desacreditado si reconocía dificultades, por lo que sus informes tendían a ser optimistas en exceso. Los mandos daban órdenes, pero se tomaban pocas molestias en supervisar su ejecución.
A diferencia de los ejércitos occidentales, el japonés apenas progresó en cuanto a mecanización. Sus unidades siguieron siendo esencialmente fuerzas de infantería apoyadas por artillería media y cuyo transporte seguía dependiendo de caballos y mulas. El ejército nipón andaba escaso de artillería pesada y era incompetente en su uso, pues se ponía todo el énfasis en el apoyo inmediato a la infantería. En esto, como en el uso de los carros de combate, los Aliados le ganaron rápida y decisivamente la partida. Pese al éxito de las unidades blindadas en Malasia a principios de 1942, los tanques fueron dispersados para dar apoyo a la infantería, un poco como si fuesen fortínes móviles (cada división de infantería Tipo A - es decir, la "reforzada" -, solía tener una unidad de carros de combate). Existía poco interés en el uso independiente de masas de carros como medios medios de maniobra (de hecho la primera división acorazada no se formó hasta 1942, y durante la guerra sólo habría un total de 4). Sin embargo, se potenció un tipo de carros de combate que sacrificaban el blindaje y la potencia del armamento en aras de la liviandad y la velocidad, por lo que resultaron extremadamente vulnerables. La calidad de la mayoría del material bélico aliado mejoró sin pausa, mientras que la del japonés se mantuvo mayormente en sus niveles de la década de 1930; en el orden cuantitativo, las diferencias se hicieron enormes.
La planificación y ejecución logística fue mala desde el principio: en el invierno de 1942-43, en Nueva Guinea, decenas de miles de soldados fueron más o menos abandonados a su suerte, y no sería la última vez. Existía una fuerte rivalidad entre el Ejército y la Marina Imperial, lo que tenía unas consecuencias nefastas en unas campañas en las que la cooperación interarmas era vital. La superioridad aérea japonesa de 1941-1942 empezó a ser disputada enseguida, y luego doblegada. Frente al avance estadounidense por el Pacífico, el Alto Mando Japonés fue incapaz de formular una estrategia más prometedora que la de atrincherarse, conservar el territorio hasta el último hombre e infligir al enemigo el mayor número de bajas posibles. Para la mentalidad occidental, ello era fruto de la desesperación, pero para la japonesa, la muerte honorable por el emperador era un premio.
El Ejército Imperial Japonés poseía importantes cualidades tácticas que puso en práctica casi hasta el final. El enemigo más temible es el soldado al que no le importa morir o seguir vivo, y esta cultura permeó en todas las fuerzas imperiales. Los Aliados descubrieron que era casi imposible tomar prisioneros japoneses: "la muerte antes que la rendición" era un principio genuino y no sólo un eslogan. Cuando se quedaban sin posibilidad de seguir resistiendo, se mataban en sus pozos de tirador, sus cuevas, fortines o búnkeres, o se inmolaban en suicidas cargas banzai o arrojándose bajo los tanques con una granada. Antes de 1945, el escaso número de prisioneros hecho entre fuerzas japonesas derrotadas - sobre todo heridos, de entre los miles de muertos en el campo de batalla - no incluía ningún oficial de graduación superior a la de comandante. En consecuencia, en todos los campos de batalla, cada posición japonesa tenía que tomarse individualmente, con fuego de artillería seguido de carros, ametralladoras, cargas explosivas, lanzallamas y granadas de mano. Ello era muy costoso en vidas estadounidenses y no sorprende que, después de haber experimentado este tipo de combate, pocos infantes aliados se tomasen demasiadas molestias en hacer prisioneros japoneses.
Las posiciones de campaña que los japoneses defendían hasta la muerte solían ser numerosas, bien emplazadas y de sólida construcción. Su talento para el camuflaje era de primer orden, y su disciplina de fuego, excelente. Habían aprendido de sus errores. En Tarawa fortificaron todo el perímetro de la isla, por lo que cuando los norteamericanos desembarcaron en el lado opuesto al más esperado, una gran parte del plan defensivo se vino abajo, pues no existía un reducto central desde el que lanzar contraataques en todas direcciones. En Peleliu y en adelante se aplicó esa lección: la mayor parte de guarniciones estaban desplegadas en amplios y complejos sistemas tierra adentro formados por emplazamientos de armas, búnkeres profundos, túneles interconectados y cuevas naturales optimizadas. Aunque básicamente defensivas, las tácticas japonesas implicaban siempre contraataques inmediatos y desesperados para retomar el terreno perdido. Los soldados japoneses eran valientes, disciplinados y tenaces, y muy hábiles en la lucha nocturna, la infiltración, el engaño, las trampas y las emboscadas.
Dado el escaso valor que se daba a la vida del soldado japonés, no es extraño que éste tuviese en una estima aún menor la de los extranjeros. Entrevistas a veteranos han confirmado que era habitual que, al llegar a una unidad en el frente chino, el soldado fuese obligado a demostrar su obediencia y su espíritu matando a bayonetazos a un prisionero o campesino chino (o, si el recién llegado era un oficial, decapitándolo con su espada). Espoleados por sus mandos, estos soldados embrutecidos - producto de una sociedad que se vanagloriaba de su superioridad racial - trataron a los civiles de los territorios conquistados con una crueldad medieval. En China, la pesadilla de los ataques guerrilleros desembocó en la aplicación de la política oficial de los "tres todos": "quemadlo todo, cogedlo todo, matadlo todo". Tampoco sorprende que veteranos de China siguiesen comportándose de la misma forma cuando fueron transferidos al sur para "liberar" a otras razas asiáticas, en especial cuando las deficiencias de su sistema logístico los dejó a expensas de lo que pudiesen requisar.
Fuentes:
Osprey: Soldados de la II Guerra Mundial: "El Ejército de Kwantugn y la expansión japonesa" de Philip Jowett
Osprey: Soldados de la II Guerra Mundial: "Los Comandos Suicidas y otras unidades japonesas" de Philip Jowett
Dado el escaso valor que se daba a la vida del soldado japonés, no es extraño que éste tuviese en una estima aún menor la de los extranjeros. Entrevistas a veteranos han confirmado que era habitual que, al llegar a una unidad en el frente chino, el soldado fuese obligado a demostrar su obediencia y su espíritu matando a bayonetazos a un prisionero o campesino chino (o, si el recién llegado era un oficial, decapitándolo con su espada). Espoleados por sus mandos, estos soldados embrutecidos - producto de una sociedad que se vanagloriaba de su superioridad racial - trataron a los civiles de los territorios conquistados con una crueldad medieval. En China, la pesadilla de los ataques guerrilleros desembocó en la aplicación de la política oficial de los "tres todos": "quemadlo todo, cogedlo todo, matadlo todo". Tampoco sorprende que veteranos de China siguiesen comportándose de la misma forma cuando fueron transferidos al sur para "liberar" a otras razas asiáticas, en especial cuando las deficiencias de su sistema logístico los dejó a expensas de lo que pudiesen requisar.
Fuentes:
Osprey: Soldados de la II Guerra Mundial: "El Ejército de Kwantugn y la expansión japonesa" de Philip Jowett
Osprey: Soldados de la II Guerra Mundial: "Los Comandos Suicidas y otras unidades japonesas" de Philip Jowett
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