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Este graffiti se hizo muy popular entre los soldados norteamericanos, que allá donde pasaran, fuera el Norte de África, en Europa o las islas del Pacífico dejaban escrita la frasecita de marras en búnkers y fortificaciones destruidos, tanques y demás vehículos, señales indicadoras, muros o incluso sobre la tierra en los cráteres producidos por las bombas. Seguramente, todo comenzó como una divertida broma que fue alcanzando éxito entre los soldados americanos, quienes querían dejar testimonio de su presencia en los distintos lugares por los que la guerra les llevaba. No obstante, es innegable que dicho mensaje también sirvió como un elemento para dar moral a las tropas: cuando los soldados llegaban a un sitio y veían que Kilroy ya había estado allí, se contagiaba el sentido del humor de los que les habían precedido y les servía como ánimo para afrontar con mejor disposición las penalidades y sacrificios de la vida en la línea del frente.
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Para tratar de resolver el enigma, un fabricante de automóviles promovió un original concurso consistente en regalar unos de sus vehículos a la persona que acreditase ser el auténtico Kilroy. Como puede imaginarse se presentaron un buen número de candidatos: unos 40 soldados apellidados Kilroy se atribuyeron el honor de ser los primeros en haber escrito la famosa pintada, pero ninguno de ellos pudo aportar pruebas suficientes para demostrar la veracidad de sus pretensiones.
Finalmente, cuando parecía que el concurso iba a quedar desierto, apareció un tipo llamado Jim Kilroy, quién no era soldado, sino que durante la guerra había trabajado como supervisor en unos astilleros en Quincy (Massachusetts). Su trabajo era revisar los remaches de las planchas de acero para los buques y cuando acababa con una, comprobando que todo era correcto, les hacía una señal con tiza para distinguirlas de aquellas otras que no había comprobado. Sin embargo, parece ser que se dió cuenta de que en alguna ocasión se le devolvían planchas ya revisadas, probablemente porque la marca de tiza se borraba. Esto era un inconveniente, pues cobraba en función del numero de planchas que era capaz de revisar, y al tener que volver a comprobar planchas que ya había revisado, perdía tiempo y en consecuencia, sus ingresos podían disminuir. Para solucionar el problema, cambió la manera de marcar las planchas, escribiendo con pintura la inscripción "Kilroy was here" en las planchas ya revisadas.
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Durante la Segunda Guerra Mundial, la leyenda de Kilroy dio lugar a una anécdota sucedida en Londres en 1944. Una anciana apareció asesinada en su apartamento, no existiendo ninguna pista del crimen a excepción de una pintada en la pared que decía: "Ha sido Kilroy". Esto centró las sospechas de la policía londinense en las tropas norteamericanas que estaban concentradas al sur del país, esperando a ser embarcadas para participar en la invasión del continente europeo que iba a tener lugar en las playas de Normandía. Se estudiaron y revisaron muchos historiales médicos de soldados norteamericano tratando de encontrar alguno con trastornos mentales que le hubieran podido empujar a cometer el asesinato. Sin embargo, la solución del caso era mucho más sencilla: el autor del crimen había sido un vecino de la fallecida, un desequilibrado mental apellidado precisamente Kilroy, quien no entendía como la policía aún no había ido a detenerle, pues creía que el mensaje que les había dejado era bastante revelador.
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